el 1° de junio será el día de la verdad.
El Soberano recogió unas opiniones de unas opiniones en Facebook que publicamos a continuación:
LA TRAGEDIA GRIEGA EN LOS LIDERAZGOS DEL URUGUAY ACTUAL
La tragedia griega en los liderazgos del Uruguay actual
por Javier Zeballos
La relación con el padre juega un rol fundamental en la construcción social de algunos líderazgos políticos uruguayos. Y cuando no hay padre a superar o recrear, habrá entonces el paternalismo de un “Pater Familia” directamente como líder.
Uruguay se encuentra a pocos días de cumplir con el primer ritual electoral de su ciclo de elecciones 2014-2015. La primera instancia, fijada para próximo el 1 de junio, implica la decisión voluntaria de elegir al candidato único que representará a cada partido que compita por la Presidencia de la República en octubre. Las mal llamadas elecciones internas, cuando en realidad son elecciones primarias, a diferencia de las otras, no son obligatorias para la ciudadanía y se anuncia que la participación será menor que en las anteriores. ¿El Frente Amplio tomará nota de tal alerta?
PADRE PADRONE
El Partido Nacional tiene como líder de una de sus corrientes, al hijo de un ex presidente. Se trata de Luis Alberto Aparicio Lacalle Pou, (solo le faltó el Leandro para completar la iconografía blanca) quien es hijo de Luis Alberto Lacalle, que fuera elegido presidente en noviembre de 1989 y gobernara entre 1990 y 1995.
En el caso de Lacalle Pou, como se lo publicita en su campaña, el apellido materno parece más ligado para diferenciarlo de su padre, que para integrar el apellido materno. Lacalle padre, hasta no hace mucho, amagaba con presentarse nuevamente a las elecciones y solo cedió el espacio ante los escasos apoyos recogidos entre sus correligionarios, quienes intuían un nuevo fracaso si repetían al viejo jefe.
El aparato “herrerista” recoge el apellido de Luis Alberto de Herrera, que fue líder histórico del ala conservadora blanca del Partido Nacional. Herrera apoyó el golpe de Estado de Gabriel Terra del 31 de marzo de 1933, lo que creó un abismo con el Nacionalismo Independiente.
El Herrerismo, que representa mejor que ningún otro a la derecha conservadora de los blancos, es el mejor aparato político-financiero del país. La propaganda desplegada, al menos en cantidad, lo demuestra de manera irrefutable. Su vinculación empresarial, simbolizada en el apoyo de “Mister Henderson”, patrón histórico de Tienda Inglesa, lo expresa con nitidez.
La razón de la candidatura del joven Lacalle Pou, de 39 años, no radica en la necesidad de su triunfo, algo que no es probable aunque sí posible. Tampoco debe entenderse como totalmente contradictorio con las ilusiones electorales de todo su partido, más allá de que en una competencia nacional quedaría aun más lejos del Frente Amplio que su oponente interno Larrañaga, ya que genera mayor rechazo en colorados y es probable que votantes proclives a Larrañaga, no lo voten ni siquiera en la primera vuelta de octubre.
Y es que la razón de su prematura candidatura a la Presidencia se encuentra en la necesidad de mantener el control del aparato herrerista. El surgimiento de otro líder que lo comandara, implicaba que su recuperación demorara más de una década, incluyendo la posibilidad de que se dispersara para siempre del mando familiar. La imposibilidad de heredarlo “naturalmente”, poco hay de natural en la dinámica política, colocó en el orden del día la impostergable candidatura para mantener ese control.
Ese es el verdadero objetivo y ya está logrado. El segundo era emparejar la lucha interna y también se logró, solo para que la distancia no fuera alevosa, para incidir en la futura fórmula y en elmanejo del Partido en los años de ostracismo gubernamental, incluso adelantando un golpe de timón.
Lo que más conviene a Lacalle Pou es perder por poco y dejar que Larrañaga, el líder de la otra corriente blanca, desgaste su liderazgo en una derrota con el FA y pierda así posibilidad de reeditar su mayoría de cara a las siguientes elecciones de 2019. Lacalle Pou está trabajando, en términos de competencia presidencial, no para el presente sino para para su futuro.
Y en su caso, la relación con la figura del padre consiste en una suplantación. Su negación es solo a efectos de ocupar su lugar. Algo que ya ha sucedido en su campaña, donde rápidamente tomódistancia de cualquier intervención del padre, quien asumió el nuevo rol pasando a un, por ahora, notorio perfil bajo y alejado de lacocina de la campaña electoral como también de las apariciones públicas.
En principio, Lacalle Pou necesitaba quedar como líder del sector; luego intentará ser el líder del Partido Nacional con el sueño de llegar un día a ser Presidente. Se puede decir que Lacalle Pou abandonó la postura de un hijo pendiente de lo que decía su padre, para que su padre pase a estar pendiente de él. Parecería un gesto retardado de la típica confrontación en la adolescencia, pero se debe entender en términos de la vida política y no de la edad personal. Sería una suerte de rito de transito entre adolescencia y juventud, en tanto fases del movimiento político sectorial ahora marcado por la de su impronta propia personalidad.
La negación edípica de la figura paterna pasa entonces por la emulación en la competencia con el padre. De ahí que opta por mantener su apellido como base para su poder, ya que la disputa por el sector necesita un fuerte testamento simbólico que pueda pesar sobre elimaginario colectivo de la identidad del grupo. El herrerismo es identificado, después de la dictadura, con el lacallismo. Lacalle padre lleva el apellido Herrera y lo utilizó en su tiempo para continuar el legado, sobre todo para enfrentar y superar el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate, algo que reforzó cuando, tras la muerte del último caudillo del PN, los principales dirigentes de Wilson se refugiaron bajo el ala protectora de Lacalle, disfrutando de las mieles del poder. Gonzalo Aguirre, García Costa, Rodríguez Labruna, Wilson Elso Goñi son un ejemplo. Su hijo, ahora, dio el golpe de gracia, logró atraer hasta la figura de Carlos Julio Pereira, el compañero de Fórmula de Wilson en 1971 con "El compromiso con Usted".
Tan es así que Lacalle Pou, en relación a la figura de su padre, necesita diferenciarse de su padre. Es que los contextos políticos no son los mismos, con el agravante de que Lacalle Herrera ha sido sistemáticamente derrotado desde que abandonó la presidencia. Sin embargo, igualmente emergen elementos de una construcción a imagen y semejanza.
Por ejemplo, un análisis de la estética gráfica de la campaña central de Lacalle Pou, cuando necesitaba llegar al electorado más de derecha,(hoy ya busca más al centro) mostró un curioso uso del blanco y negro en sus imágenes. En verdad, no era un Black&White puro sino una suerte de bajada de saturación del color, que no era total. ¿Por qué un candidato joven renegó el uso de una paleta colorida en su imagen?
La opción tal vez sea un acierto. Consiste en saber que uno de sus puntos débiles era su aceptación por el electorado clásico del herrerismo, que es bastante conservador. Lacalle Pou optó por dar seriedad a su look juvenil y algo soberbio, agrisando el traje oscuro, bajando el tono del entorno visual aunque manteniendo la luminosidadde la camisa blanca sin corbata. Estaba más cerca de la estética de la moda masculina de Ives Saint Laurent, de fines del siglo pasado, que de un típico político blanco, panzón y formal, a la usanza de sus apoltronados señores senadores, que es donde realmente quiere y va a estar con un una edad inusual.
EN EL NOMBRE DEL PADRE
En el otro partido tradicional, el Partido Colorado, el candidato mayoritario es Pedro Bordaberry. Ese es su nombre y su apellido pero no cómo se hace llamar, o le gustaría poder lograrlo.
Bordaberry es hijo de Juan María Bordaberry, la figura más retrógrada de la política uruguaya del siglo XX. Nacido en una familia colorada, Juan María fue un furibundo antibatllista. También supo cambiarse, primero al Partido Nacional, donde llegó a ser senador blanco de los intereses ruralistas más reaccionarios, para reaparecer como ministro durante el “Pachecato” (de Ganadería y Agricultura entre 1969 y 1972) y candidato colorado continuador del represor Jorge Pacheco Areco.
En las elecciones de 1971, Pacheco competía por la reelección pero era necesaria una reforma constitucional para reelegirlo, por lo que había que agregar, a la vez, otra candidatura a la Presidencia por si no se lograban los votos que habilitaran la reelección. No los hubo y aquel oscuro político terminó como presidente. Bordaberry padre se identificaba con el poder más que con el gobierno.
Juan María Bordaberry asumió como presidente con solo el 22 % de los votos, aunque juntando una mayoría escasa ante el emergente Wilson Ferreira Aldunate, blanco y que resultara el candidato más votado, quien perdió por apenas 11 mil votos y siempre denunció un fraude electoral.
Producto de la Ley de Lemas, que sumaba todos los votos al partido, aunque fueran de los otros candidatos a presidente, y a menudo con serias diferencias, el Partido Colorado logró mantener el gobierno.
A poco de asumir, Bordaberry encabezó el golpe de Estado dado por civiles y militares y fue el ideólogo de un fascismo vernáculo tan delirante que los propios militares fascistas tuvieron que desembarazarse de él en 1976.
Bordaberry hijo representa el intento de negación de su padre, pero no de la negación a su padre. Curiosamente, su gráfica, en el afán mimético con el histórico partido rival, abandona el rojo y blanco típicos de la estética del Partido Colorado, e integra, como nunca antes, el azul-celeste típico de la cartelería blanca-nacionalista; una síntesis del periplo bi-partidario de su padre aunque aquel terminara proponiendo, más que la fusión de ambos partidos, la negación totalitaria de todo partido y propiciando la autocracia.
En Pedro Bordaberry, se trata de una negación edípica que intenta ocultar su apellido, pero, sobre todo, su ideología subyacente, por lo que lleva dos campañas electorales tratando de que solo lo llamen Pedro, con muy poco éxito. El intento de extirpación familiar no hace más que resaltarlo.
Pero en él, la negación del padre es solo aparente. Si bien parece total, por ese ocultamiento de un apellido tan emblemático, en verdad solo es una negación momentánea, circunstancial, más cercana al gesto de un prestidigitador, del que se sabe que realiza un truco, que un real gesto político de cambio. El único cambio es haber desplazado a los viejos gerontes partidarios, Sanguinetti y Jorge Batlle, reinstalando el antiguo y visceral riverismo
colorado.
No se trata de que Pedro sin apellido sea igual a su padre, que no lo es y no puede serlo serlo aunque quisiera, pero basta escucharlo para corroborar que la impronta católica, monacal, de su padre y su familia, con una rancia historia en el seno de la oligarquía criolla afincada en la propiedadterrateniente, hace emerger a su padre en la esencia de sus propuestas. La campaña por la baja de la edad de imputabilidad lo pinta de cuerpo entero. Al padre, al hijo y al espíritu de esa ley quede santa no tiene nada.
Edipo, a través de las obras de la tragedia griega que resignificaron su mito, vive, a veces de manera inconsciente aunque en primera instancia por ignorar su identidad, compitiendo con su padre (al que llega a matar) y en otras, tratando desesperadamente de escapar del destino anunciado por el oráculo, al que queda indefectiblemente unido por lazos de sangre pero, sobre todo, por prácticas políticas, por su imposible intento de eludir de la lucha por el poder.
SOMOS MÁS QUE DOS
Ambas negaciones, la de Luis Lacalle Pou y la de Pedro Bordaberry, expresan esa relación arquetípica del hijo con el padre en los marcos de una suerte de predestinación aparentemente rechazada pero asumida.
Hay que recordar que la recreación mítica del Edipo Rey retoma el tema de la fuerza del destino. Todo lo que se hace para huir de la profecía del oráculo, termina propiciando el mismo final anunciado.
El encuadre en la tragedia griega parece más adecuado para entender el comportamiento de estos líderes políticos, representantes ambos de la clase alta, que deben marcar a fuego su alcurnia en una carrera inevitablemente restauradora. Al menos parece más adecuado que las deducciones de Freud, que más de dos mil años después lo explicó en clave de complejo y con una fuerte carga de la sexualidad humana ligada a los vestigios de las pulsiones más primitivas.
Sus apellidos son un símbolo que los condiciona demasiado, más de lo que quisieran, pero no pueden ni quieren renunciar a ellos porque son la base de su poder interno en sus colectividades.
A la vez, los intentos de negación, por ejemplo, sus discursos, resultan pretendidamente renovadores y hablan del cambio, cuando en verdad sus propuestas, las de ambos, implican una clara restauración de clase, su clase, una clase que se ve a si misma como la destinada a gobernar, aunque por conveniencia, no puedan expresar el relato de la clase destronada que vuelve por sus fueros.
EL PADRE NUESTRO ARTIGAS
El General Líber Seregni estructuró su relato en torno a un Artigas, el antiguo Jefe de los Orientales, que abandonaba el bronce para caminar en una constante desinstalación junto con su pueblo.
Esa relación con un padre épico expresaba a una izquierda rupturista del orden establecido, que se apropiaba del Héroe Nacional abandonado, siempre nombrado pero no aceptado totalmente por la tradición blanqui-colorada, demasiado apegada a los caudillos propios y para la que, aquel Artigas rebelde implicaba símbolos imposibles de domesticar.
Seregni se relacionaba con aquel padre gracias a los aportes historiográficos que desde la izquierda resignificaron a un Artigas atrapado, apenas escapando de la leyenda negra bonaerense que también supo replicar la oligarquía montevideana, y se mantuvo alejado en elexilio de una patria en la que jamás se reconoció.
Seregni expresó entonces una continuidad simbólica con el héroe más que con el prócer. Pero esa continuidad, hija de su tiempo y circunstancias, era removedora, insurgente, y estaba en ancas del movimiento y la participación popular, antes que en la quietud apacible del que dirige y gusta ser obedecido.
PATER NOSTER
Pero la izquierda uruguaya, ya en el gobierno, no escapa a instalar una fuerte carga patriarcal, más allá de que el líder, Tabaré Vázquez, implique una ruptura con los estereotipos antes aludidos. No se trata entonces de una figura en relación a su propio padre, ni ya ligada a un padre mítico de la epopeya heroica del poder popular derrotado otrora, sino de la construcción de un liderato que establece una relación patriarcal entre el líder y la masa, pero sobre todo, entre el líder y quienes ofician como sus intermediarios.
A tal punto que algunos dirigentes de los distintos sectores que lo apoyan, suelen pelear por demostrar quién está más cerca del líder, por convencer quién mejor lo representa o por afirmar quién lo puede acompañar sin molestar ni hacerle sombra.
Las maneras con que los distintos sectores, y dirigentes, compiten para colocar el vice, lo deja muy en claro, aunque los muestren capaces de repetir los mismos métodos que desgastaron la legitimidad popular de los partidos tradicionales.
La relación con el Pater Familia, a menudo típica en la difícil conjunción de amplios frentes populares urgidos de lazos identitarios, producto de la rica diversidad de sus componentes, favorece el intento de solidificación del gran líder y la nueva elite.
Es así, aunque ello implique la negación de las dinámicas del movimiento original que dio sus mejores impulsos o derive hasta en la propia fosilización del liderazgo, atrapado en lo que Michels denominó como "La Ley de Hierro de la Oligarquía”, Mosca y Pareto describieron como circulación de las elites, o el mismísimo Maquiavelo formulara con la parábola de los “leones y los zorros”. (1)
Tal relación reproduce un liderazgo en el que los intermediarios entre el líder y la masa, ofician como articuladores de su poder y, a menudo, lo repican dentro de sus feudos. A la vez, el líder es visto como garantía de un orden existente que, aun negando la vocación dinámica de la izquierda (dialéctica dirían Marx, Engels y Lenin, dialógica acotaría Edgar Morin aportando complejidad) deriva en un creencia en la perpetuación, como si la simple repetición pudiera operar sobre la nueva realidad alcanzada.
También en un apego al status quo antes que a la imprescindible renovación como acto indispensable de verdadera fuerza política transformadora.
Otro aspecto radica en la visualización del líder como el mejor administrador de la circulación de las elites en el gobierno, aunque ello consolide un sistema de reparto y, sobre todo, no solo un método que produce el alineamiento casi automático, so pena de posibles exclusiones, sino el fenómeno orbital de los que giran en su entorno, tal vez con el sueño de pertenecer a los círculos más estrechos.
Demás está decir que semejante sistema termina siendo funcional, más temprano que tarde, al no hagan olas, a la férrea división entre los que hacen y los que miran hacer, y que genera un tipo de relacionamiento donde casi todos están pendientes de la mirada castradora que pueda señalar un comportamiento desafiante o cualquier idea que implique malestar.
Al punto que episodios, donde ni siquiera el líder se hace presente, o directamente desestima estar, terminan reproduciendo comportamientos excluyentes de cualquier alteridad desafiante. Como si aunque el líder no mirara, igual estuviera viéndolo todo. La corte, los entornos o las barras, ya se sabe, con más realistas que el rey, suelen ser su expresión más llana.
También la acción de aquellos que en su afán de pertenencia, salen al cruce de cualquiera que se atreva a pensar distinto y a expresarlo, a menudo, sin exhibir demasiados argumentos y cayendo en la simple descalificación de todo lo nuevo.
No hay que olvidar que Edipo Rey, como bien lo señalan algunos estudios sobre el contexto cultural de mitología griega en la tragedia de Sófocles, remite a una palabra divina como exacta y que debe acatarse y respetar.
(1): “Quizá, uno de los aspectos más novedosos y estéticamente mejor logrados de su argumentación es el uso de las tipologías del león y el zorro, que viene de la formulación de Maquiavelo. Maquiavelo aseguraba que un líder debía tener una doble cualidad: humana y bestial. De los humanos, el líder debía tener el conocimiento de las leyes, y el conocimiento de la historia. De las bestias, debía valerse de las cualidades del león, por su fuerza y determinación, y del zorro, por su astucia. Para Pareto hay elites en las que predominan los leones, yen general son los especuladores, los que apuestan al cambio y al progreso. Pero también hay zorros: en estos predomina el comportamiento rentista, la aversión al riesgo y al cambio, y la propensión a consolidar el status quo dominante. Las masas producen "leones” dispuestos a utilizar la fuerza para lograr los objetivos(toda revolución es guiada por leones), que termina derrocando a la antigua elite. El problema es que luego de monopolizar el poder político y sus recursos, las nuevas elites se vuelven adversas a cualquier cambio que limite o socave el poder obtenido: se transforman en zorros, reacios a los cambios radicales, y sostenedores, en última instancia, del nuevo status quo formado con su llegada al poder”.(Constanza Moreira: “Entre la protesta y el compromiso. La izquierda en el gobierno. Uruguay y América Latina”. Capítulo II, La circulación de las elites en el Uruguay. Página 104. Editorial Trilce 2009).
por Javier Zeballos
La relación con el padre juega un rol fundamental en la construcción social de algunos líderazgos políticos uruguayos. Y cuando no hay padre a superar o recrear, habrá entonces el paternalismo de un “Pater Familia” directamente como líder.
Uruguay se encuentra a pocos días de cumplir con el primer ritual electoral de su ciclo de elecciones 2014-2015. La primera instancia, fijada para próximo el 1 de junio, implica la decisión voluntaria de elegir al candidato único que representará a cada partido que compita por la Presidencia de la República en octubre. Las mal llamadas elecciones internas, cuando en realidad son elecciones primarias, a diferencia de las otras, no son obligatorias para la ciudadanía y se anuncia que la participación será menor que en las anteriores. ¿El Frente Amplio tomará nota de tal alerta?
PADRE PADRONE
El Partido Nacional tiene como líder de una de sus corrientes, al hijo de un ex presidente. Se trata de Luis Alberto Aparicio Lacalle Pou, (solo le faltó el Leandro para completar la iconografía blanca) quien es hijo de Luis Alberto Lacalle, que fuera elegido presidente en noviembre de 1989 y gobernara entre 1990 y 1995.
En el caso de Lacalle Pou, como se lo publicita en su campaña, el apellido materno parece más ligado para diferenciarlo de su padre, que para integrar el apellido materno. Lacalle padre, hasta no hace mucho, amagaba con presentarse nuevamente a las elecciones y solo cedió el espacio ante los escasos apoyos recogidos entre sus correligionarios, quienes intuían un nuevo fracaso si repetían al viejo jefe.
El aparato “herrerista” recoge el apellido de Luis Alberto de Herrera, que fue líder histórico del ala conservadora blanca del Partido Nacional. Herrera apoyó el golpe de Estado de Gabriel Terra del 31 de marzo de 1933, lo que creó un abismo con el Nacionalismo Independiente.
El Herrerismo, que representa mejor que ningún otro a la derecha conservadora de los blancos, es el mejor aparato político-financiero del país. La propaganda desplegada, al menos en cantidad, lo demuestra de manera irrefutable. Su vinculación empresarial, simbolizada en el apoyo de “Mister Henderson”, patrón histórico de Tienda Inglesa, lo expresa con nitidez.
La razón de la candidatura del joven Lacalle Pou, de 39 años, no radica en la necesidad de su triunfo, algo que no es probable aunque sí posible. Tampoco debe entenderse como totalmente contradictorio con las ilusiones electorales de todo su partido, más allá de que en una competencia nacional quedaría aun más lejos del Frente Amplio que su oponente interno Larrañaga, ya que genera mayor rechazo en colorados y es probable que votantes proclives a Larrañaga, no lo voten ni siquiera en la primera vuelta de octubre.
Y es que la razón de su prematura candidatura a la Presidencia se encuentra en la necesidad de mantener el control del aparato herrerista. El surgimiento de otro líder que lo comandara, implicaba que su recuperación demorara más de una década, incluyendo la posibilidad de que se dispersara para siempre del mando familiar. La imposibilidad de heredarlo “naturalmente”, poco hay de natural en la dinámica política, colocó en el orden del día la impostergable candidatura para mantener ese control.
Ese es el verdadero objetivo y ya está logrado. El segundo era emparejar la lucha interna y también se logró, solo para que la distancia no fuera alevosa, para incidir en la futura fórmula y en elmanejo del Partido en los años de ostracismo gubernamental, incluso adelantando un golpe de timón.
Lo que más conviene a Lacalle Pou es perder por poco y dejar que Larrañaga, el líder de la otra corriente blanca, desgaste su liderazgo en una derrota con el FA y pierda así posibilidad de reeditar su mayoría de cara a las siguientes elecciones de 2019. Lacalle Pou está trabajando, en términos de competencia presidencial, no para el presente sino para para su futuro.
Y en su caso, la relación con la figura del padre consiste en una suplantación. Su negación es solo a efectos de ocupar su lugar. Algo que ya ha sucedido en su campaña, donde rápidamente tomódistancia de cualquier intervención del padre, quien asumió el nuevo rol pasando a un, por ahora, notorio perfil bajo y alejado de lacocina de la campaña electoral como también de las apariciones públicas.
En principio, Lacalle Pou necesitaba quedar como líder del sector; luego intentará ser el líder del Partido Nacional con el sueño de llegar un día a ser Presidente. Se puede decir que Lacalle Pou abandonó la postura de un hijo pendiente de lo que decía su padre, para que su padre pase a estar pendiente de él. Parecería un gesto retardado de la típica confrontación en la adolescencia, pero se debe entender en términos de la vida política y no de la edad personal. Sería una suerte de rito de transito entre adolescencia y juventud, en tanto fases del movimiento político sectorial ahora marcado por la de su impronta propia personalidad.
La negación edípica de la figura paterna pasa entonces por la emulación en la competencia con el padre. De ahí que opta por mantener su apellido como base para su poder, ya que la disputa por el sector necesita un fuerte testamento simbólico que pueda pesar sobre elimaginario colectivo de la identidad del grupo. El herrerismo es identificado, después de la dictadura, con el lacallismo. Lacalle padre lleva el apellido Herrera y lo utilizó en su tiempo para continuar el legado, sobre todo para enfrentar y superar el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate, algo que reforzó cuando, tras la muerte del último caudillo del PN, los principales dirigentes de Wilson se refugiaron bajo el ala protectora de Lacalle, disfrutando de las mieles del poder. Gonzalo Aguirre, García Costa, Rodríguez Labruna, Wilson Elso Goñi son un ejemplo. Su hijo, ahora, dio el golpe de gracia, logró atraer hasta la figura de Carlos Julio Pereira, el compañero de Fórmula de Wilson en 1971 con "El compromiso con Usted".
Tan es así que Lacalle Pou, en relación a la figura de su padre, necesita diferenciarse de su padre. Es que los contextos políticos no son los mismos, con el agravante de que Lacalle Herrera ha sido sistemáticamente derrotado desde que abandonó la presidencia. Sin embargo, igualmente emergen elementos de una construcción a imagen y semejanza.
Por ejemplo, un análisis de la estética gráfica de la campaña central de Lacalle Pou, cuando necesitaba llegar al electorado más de derecha,(hoy ya busca más al centro) mostró un curioso uso del blanco y negro en sus imágenes. En verdad, no era un Black&White puro sino una suerte de bajada de saturación del color, que no era total. ¿Por qué un candidato joven renegó el uso de una paleta colorida en su imagen?
La opción tal vez sea un acierto. Consiste en saber que uno de sus puntos débiles era su aceptación por el electorado clásico del herrerismo, que es bastante conservador. Lacalle Pou optó por dar seriedad a su look juvenil y algo soberbio, agrisando el traje oscuro, bajando el tono del entorno visual aunque manteniendo la luminosidadde la camisa blanca sin corbata. Estaba más cerca de la estética de la moda masculina de Ives Saint Laurent, de fines del siglo pasado, que de un típico político blanco, panzón y formal, a la usanza de sus apoltronados señores senadores, que es donde realmente quiere y va a estar con un una edad inusual.
EN EL NOMBRE DEL PADRE
En el otro partido tradicional, el Partido Colorado, el candidato mayoritario es Pedro Bordaberry. Ese es su nombre y su apellido pero no cómo se hace llamar, o le gustaría poder lograrlo.
Bordaberry es hijo de Juan María Bordaberry, la figura más retrógrada de la política uruguaya del siglo XX. Nacido en una familia colorada, Juan María fue un furibundo antibatllista. También supo cambiarse, primero al Partido Nacional, donde llegó a ser senador blanco de los intereses ruralistas más reaccionarios, para reaparecer como ministro durante el “Pachecato” (de Ganadería y Agricultura entre 1969 y 1972) y candidato colorado continuador del represor Jorge Pacheco Areco.
En las elecciones de 1971, Pacheco competía por la reelección pero era necesaria una reforma constitucional para reelegirlo, por lo que había que agregar, a la vez, otra candidatura a la Presidencia por si no se lograban los votos que habilitaran la reelección. No los hubo y aquel oscuro político terminó como presidente. Bordaberry padre se identificaba con el poder más que con el gobierno.
Juan María Bordaberry asumió como presidente con solo el 22 % de los votos, aunque juntando una mayoría escasa ante el emergente Wilson Ferreira Aldunate, blanco y que resultara el candidato más votado, quien perdió por apenas 11 mil votos y siempre denunció un fraude electoral.
Producto de la Ley de Lemas, que sumaba todos los votos al partido, aunque fueran de los otros candidatos a presidente, y a menudo con serias diferencias, el Partido Colorado logró mantener el gobierno.
A poco de asumir, Bordaberry encabezó el golpe de Estado dado por civiles y militares y fue el ideólogo de un fascismo vernáculo tan delirante que los propios militares fascistas tuvieron que desembarazarse de él en 1976.
Bordaberry hijo representa el intento de negación de su padre, pero no de la negación a su padre. Curiosamente, su gráfica, en el afán mimético con el histórico partido rival, abandona el rojo y blanco típicos de la estética del Partido Colorado, e integra, como nunca antes, el azul-celeste típico de la cartelería blanca-nacionalista; una síntesis del periplo bi-partidario de su padre aunque aquel terminara proponiendo, más que la fusión de ambos partidos, la negación totalitaria de todo partido y propiciando la autocracia.
En Pedro Bordaberry, se trata de una negación edípica que intenta ocultar su apellido, pero, sobre todo, su ideología subyacente, por lo que lleva dos campañas electorales tratando de que solo lo llamen Pedro, con muy poco éxito. El intento de extirpación familiar no hace más que resaltarlo.
Pero en él, la negación del padre es solo aparente. Si bien parece total, por ese ocultamiento de un apellido tan emblemático, en verdad solo es una negación momentánea, circunstancial, más cercana al gesto de un prestidigitador, del que se sabe que realiza un truco, que un real gesto político de cambio. El único cambio es haber desplazado a los viejos gerontes partidarios, Sanguinetti y Jorge Batlle, reinstalando el antiguo y visceral riverismo
colorado.
No se trata de que Pedro sin apellido sea igual a su padre, que no lo es y no puede serlo serlo aunque quisiera, pero basta escucharlo para corroborar que la impronta católica, monacal, de su padre y su familia, con una rancia historia en el seno de la oligarquía criolla afincada en la propiedadterrateniente, hace emerger a su padre en la esencia de sus propuestas. La campaña por la baja de la edad de imputabilidad lo pinta de cuerpo entero. Al padre, al hijo y al espíritu de esa ley quede santa no tiene nada.
Edipo, a través de las obras de la tragedia griega que resignificaron su mito, vive, a veces de manera inconsciente aunque en primera instancia por ignorar su identidad, compitiendo con su padre (al que llega a matar) y en otras, tratando desesperadamente de escapar del destino anunciado por el oráculo, al que queda indefectiblemente unido por lazos de sangre pero, sobre todo, por prácticas políticas, por su imposible intento de eludir de la lucha por el poder.
SOMOS MÁS QUE DOS
Ambas negaciones, la de Luis Lacalle Pou y la de Pedro Bordaberry, expresan esa relación arquetípica del hijo con el padre en los marcos de una suerte de predestinación aparentemente rechazada pero asumida.
Hay que recordar que la recreación mítica del Edipo Rey retoma el tema de la fuerza del destino. Todo lo que se hace para huir de la profecía del oráculo, termina propiciando el mismo final anunciado.
El encuadre en la tragedia griega parece más adecuado para entender el comportamiento de estos líderes políticos, representantes ambos de la clase alta, que deben marcar a fuego su alcurnia en una carrera inevitablemente restauradora. Al menos parece más adecuado que las deducciones de Freud, que más de dos mil años después lo explicó en clave de complejo y con una fuerte carga de la sexualidad humana ligada a los vestigios de las pulsiones más primitivas.
Sus apellidos son un símbolo que los condiciona demasiado, más de lo que quisieran, pero no pueden ni quieren renunciar a ellos porque son la base de su poder interno en sus colectividades.
A la vez, los intentos de negación, por ejemplo, sus discursos, resultan pretendidamente renovadores y hablan del cambio, cuando en verdad sus propuestas, las de ambos, implican una clara restauración de clase, su clase, una clase que se ve a si misma como la destinada a gobernar, aunque por conveniencia, no puedan expresar el relato de la clase destronada que vuelve por sus fueros.
EL PADRE NUESTRO ARTIGAS
El General Líber Seregni estructuró su relato en torno a un Artigas, el antiguo Jefe de los Orientales, que abandonaba el bronce para caminar en una constante desinstalación junto con su pueblo.
Esa relación con un padre épico expresaba a una izquierda rupturista del orden establecido, que se apropiaba del Héroe Nacional abandonado, siempre nombrado pero no aceptado totalmente por la tradición blanqui-colorada, demasiado apegada a los caudillos propios y para la que, aquel Artigas rebelde implicaba símbolos imposibles de domesticar.
Seregni se relacionaba con aquel padre gracias a los aportes historiográficos que desde la izquierda resignificaron a un Artigas atrapado, apenas escapando de la leyenda negra bonaerense que también supo replicar la oligarquía montevideana, y se mantuvo alejado en elexilio de una patria en la que jamás se reconoció.
Seregni expresó entonces una continuidad simbólica con el héroe más que con el prócer. Pero esa continuidad, hija de su tiempo y circunstancias, era removedora, insurgente, y estaba en ancas del movimiento y la participación popular, antes que en la quietud apacible del que dirige y gusta ser obedecido.
PATER NOSTER
Pero la izquierda uruguaya, ya en el gobierno, no escapa a instalar una fuerte carga patriarcal, más allá de que el líder, Tabaré Vázquez, implique una ruptura con los estereotipos antes aludidos. No se trata entonces de una figura en relación a su propio padre, ni ya ligada a un padre mítico de la epopeya heroica del poder popular derrotado otrora, sino de la construcción de un liderato que establece una relación patriarcal entre el líder y la masa, pero sobre todo, entre el líder y quienes ofician como sus intermediarios.
A tal punto que algunos dirigentes de los distintos sectores que lo apoyan, suelen pelear por demostrar quién está más cerca del líder, por convencer quién mejor lo representa o por afirmar quién lo puede acompañar sin molestar ni hacerle sombra.
Las maneras con que los distintos sectores, y dirigentes, compiten para colocar el vice, lo deja muy en claro, aunque los muestren capaces de repetir los mismos métodos que desgastaron la legitimidad popular de los partidos tradicionales.
La relación con el Pater Familia, a menudo típica en la difícil conjunción de amplios frentes populares urgidos de lazos identitarios, producto de la rica diversidad de sus componentes, favorece el intento de solidificación del gran líder y la nueva elite.
Es así, aunque ello implique la negación de las dinámicas del movimiento original que dio sus mejores impulsos o derive hasta en la propia fosilización del liderazgo, atrapado en lo que Michels denominó como "La Ley de Hierro de la Oligarquía”, Mosca y Pareto describieron como circulación de las elites, o el mismísimo Maquiavelo formulara con la parábola de los “leones y los zorros”. (1)
Tal relación reproduce un liderazgo en el que los intermediarios entre el líder y la masa, ofician como articuladores de su poder y, a menudo, lo repican dentro de sus feudos. A la vez, el líder es visto como garantía de un orden existente que, aun negando la vocación dinámica de la izquierda (dialéctica dirían Marx, Engels y Lenin, dialógica acotaría Edgar Morin aportando complejidad) deriva en un creencia en la perpetuación, como si la simple repetición pudiera operar sobre la nueva realidad alcanzada.
También en un apego al status quo antes que a la imprescindible renovación como acto indispensable de verdadera fuerza política transformadora.
Otro aspecto radica en la visualización del líder como el mejor administrador de la circulación de las elites en el gobierno, aunque ello consolide un sistema de reparto y, sobre todo, no solo un método que produce el alineamiento casi automático, so pena de posibles exclusiones, sino el fenómeno orbital de los que giran en su entorno, tal vez con el sueño de pertenecer a los círculos más estrechos.
Demás está decir que semejante sistema termina siendo funcional, más temprano que tarde, al no hagan olas, a la férrea división entre los que hacen y los que miran hacer, y que genera un tipo de relacionamiento donde casi todos están pendientes de la mirada castradora que pueda señalar un comportamiento desafiante o cualquier idea que implique malestar.
Al punto que episodios, donde ni siquiera el líder se hace presente, o directamente desestima estar, terminan reproduciendo comportamientos excluyentes de cualquier alteridad desafiante. Como si aunque el líder no mirara, igual estuviera viéndolo todo. La corte, los entornos o las barras, ya se sabe, con más realistas que el rey, suelen ser su expresión más llana.
También la acción de aquellos que en su afán de pertenencia, salen al cruce de cualquiera que se atreva a pensar distinto y a expresarlo, a menudo, sin exhibir demasiados argumentos y cayendo en la simple descalificación de todo lo nuevo.
No hay que olvidar que Edipo Rey, como bien lo señalan algunos estudios sobre el contexto cultural de mitología griega en la tragedia de Sófocles, remite a una palabra divina como exacta y que debe acatarse y respetar.
(1): “Quizá, uno de los aspectos más novedosos y estéticamente mejor logrados de su argumentación es el uso de las tipologías del león y el zorro, que viene de la formulación de Maquiavelo. Maquiavelo aseguraba que un líder debía tener una doble cualidad: humana y bestial. De los humanos, el líder debía tener el conocimiento de las leyes, y el conocimiento de la historia. De las bestias, debía valerse de las cualidades del león, por su fuerza y determinación, y del zorro, por su astucia. Para Pareto hay elites en las que predominan los leones, yen general son los especuladores, los que apuestan al cambio y al progreso. Pero también hay zorros: en estos predomina el comportamiento rentista, la aversión al riesgo y al cambio, y la propensión a consolidar el status quo dominante. Las masas producen "leones” dispuestos a utilizar la fuerza para lograr los objetivos(toda revolución es guiada por leones), que termina derrocando a la antigua elite. El problema es que luego de monopolizar el poder político y sus recursos, las nuevas elites se vuelven adversas a cualquier cambio que limite o socave el poder obtenido: se transforman en zorros, reacios a los cambios radicales, y sostenedores, en última instancia, del nuevo status quo formado con su llegada al poder”.(Constanza Moreira: “Entre la protesta y el compromiso. La izquierda en el gobierno. Uruguay y América Latina”. Capítulo II, La circulación de las elites en el Uruguay. Página 104. Editorial Trilce 2009).